Qué rara es.
Camina cerca de la orilla, suave y elegante , bajo el sol caliente del mediodía.
Parece que no lo hace con ningún propósito esencial, como buscar refugio o cazar algún pajarillo despistado.
Diría que lo hace elementalmente por placer.
No deja de ser curioso como a la pequeña felina maltratada una vez por caprichos del corazón de los hombres , no parece molestarle el salpicar de la resaca y el calor castigador de agosto.
Definitivamente es extraña.
No le importa que la gente la mire pararse de pronto a oler la espuma y mirar con las pupilas casi imprerceptibles el reflejo cegador del sol en el agua . Como si ahí hubiese algo tan interesante como un libro ; clava su vista un rato y emprende su marcha hacia ninguna parte.
Un hueco rocoso del espigón es su lugar.
Se refugia frágil en él aparentando que en el mundo no hay nada más que la humedad y protección aparente de su sitio . Duerme mimetizada con la oscuridad y con la seguridad del que se cree solo.
Cuando la playa está desierta y el sol ya es sólo un recuerdo , la luna se alza llena en la noche clara , inundando el mundo de una luz casi azul y mágica.
Los otros gatos habitantes del espigón salen ahora a cazar ratas y tienen sus trifulcas nocturnas bajo una atenta mirada verde.
Pero ella no caza , y no parece albergar ningún interés por la vida social gatuna y sus entresijos.
Simplemente sale de su escondite , se sienta al filo de las rocas a maullar a la luna sus penas de gata y llorar sus amores perdidos.
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